Günter Mahr
Pocos artistas resultan tan difíciles de encasillar como Ulises Pistolo Eliza. Algunos lo conocen por sus fotografías en blanco y negro, otros por sus cortometrajes o sus piezas de videoarte; hay quien lo asocia con esculturas-fetiche, macroinstalaciones tecnológicas o performances-rituales... Los críticos de arte lo relacionan con colectivos que figuraron en la vanguardia del arte contemporáneo en la última década. En la esfera cultural destaca como creador de eventos y festivales mul-titudinarios. En el mundo de la música se le empieza a reconocer su trabajo con frecuencias planas y cantos armónicos. Y en la televisión, cuando el artista se deja ver, siempre nos sorprende. Ulises Pistolo Eliza aparece unas veces crucificado en las plantas de la fábrica Fiat y otras realizando invocaciones sobre el Templo del Sol con la cara vendada, en el púlpito de una catedral barroca vestido con chilaba y máscara de lucha libre o dentro del tronco de una secuoya gigante encogido en posición fetal...
Günter: Ante un trabajo, en apariencia, tan disperso, ¿hay alguna manera de enmarcar tu obra?
Pistolo: Mi trabajo resulta especialmente difícil de enmarcar, porque se di-fumina en las fronteras de la literatura, la pintura, la escultura, la música, las artes visuales y la vida cotidiana. En cada ocasión, he empleado soportes físicos distintos, pero los instrumentos utilizados no dejan de ser simples medios para manifestar una idea de entender al artista contemporáneo. Para mí, en el momento en que me considero artista, independientemente de la disciplina que practique, asumo una responsabilidad con la sociedad. Mi deber es el del agitador social, el del polemista y el crítico.
Entonces, según tu opinión, el arte del futuro debe de ser social, comprometido...
Hay mil formas de entender el arte, pero el que yo practico es un arte an-tropológico, que parte del ser humano y abarca todas sus manifestaciones, desde la sociedad, la cultura, la política y la historia, hasta la religión y la ecología. En este sentido, me considero un seguidor de la escuela de Beuys, que afirmaba que la existencia humana y el mundo son una obra en cuya elaboración todo hombre participa. Yo sólo soy una persona más, por lo que intento aportar mi granito de arena y hacerlo lo mejor que puedo.
¿Y el arte objetual?
Lo respeto y lo valoro, pero, como te decía, en el momento en que me encuen-tro, soy incapaz de realizar una obra si no le encuentro una utilidad. Creo que cuando Duchamp dio el pasó del ready-made y elevó la dignidad de arte a objetos simples y cotidianos, abrió de par en par las puertas de la libertad creativa para las generaciones posteriores. Duchamp demostró que el arte era una simple actitud mental del espectador y que una sala de exposiciones era suficiente marco para justificar las calidades estéticas, al margen de la utilidad. Era el punto de inflexión en el que, con el simple cambio de contexto de un objeto, se le daba valor a lo que no tiene. A partir de entonces ya nada es utilitario; todo es estético. Y lo que determina el valor estético ya no es un procedimiento técnico, sino un acto mental, una actitud distinta ante la realidad. Ahora, pues, es el turno del artista de romper las reglas sociales. Ser artista ya no significa ejercer una profesión determinada que requiere una experiencia, sino inventar un modo distinto de llegar a la libertad.
Es decir, que lo que más te interesa es la posibilidad que te ofrece el arte contemporáneo de saltarte leyes y reglas.
La libertad del arte contemporáneo nos proporciona un campo de acción muy amplio. De hecho, quizás seamos la última alternativa para generar cambios. Ahí están las 8.000 personas desnudas que fotografió Spencer Tunick en Barcelona, justo después de la gran polémica que mantuvieron los políticos catalanes sobre el nudismo... En esta ocasión, como se trataba de un perfor-mace, nadie se atrevió a criticarlo.
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